por Beckie Horter

Nota del editor: Esta publicación forma parte de la serie titulada Blind Parenting (La crianza de los hijos por padres ciegos) creada con el fin de proporcionar a los padres con deficiencias visuales relatos de fuentes directas sobre cómo se puede criar a un niño de forma segura e independiente. En la publicación de hoy, Beckie Horter relata sus experiencias al llevar a su hijo a una excursión escolar.

Ser una mamá normal

Quería ser una mamá normal y, obviamente, eso resultó ser un problema. Si, por “normal”, yo pensaba que ver 20/20 era la medida. Y yo no veo 20/20. Era legalmente ciega, pero lidiaba con ello bastante bien… o eso era lo que me decía a mí misma.

Había cuidado a mi hijo durante seis años y me sentía cómoda con la rutina. Me sentía orgullosa de la forma en que manejaba a este niño de carácter fuerte; me sentía que lo tenía todo bajo control. Así que decidí echar para adelante y me apunté para una actividad “normal”: ayudar con la excursión de la clase. Mi hijo estaba feliz y a mí me alegraba poder darle esta experiencia para sus recuerdos.

Pero, el asunto era que se me había pasado por alto algo muy importante, mi pérdida de la vista. Uno se acostumbra tanto que ni te acuerdas de que tu visión no es “normal”. ¡Imagínense! Aprender a aceptar algo tan devastador como la pérdida de la visión. Al principio cuando se experimenta la pérdida de la vista, se siente que aceptarlo está a un millón de millas de distancia. Pero con el tiempo, uno se adapta y después de algunos años se te olvida que las nuevas situaciones pueden representar un desafío. Al principio uno está muy consciente de ello. Pero después uno se acostumbra.

Así pues, entras a situaciones sintiéndote confiada porque has construido una vida viable alrededor de tu discapacidad. De pronto algo te hace reaccionar, y te da un nuevo recordatorio sobre por qué tu vida está estructurada de la forma en que está.

¡Yo no veo igual que las otras personas!

Como mi pérdida de la visión es central a consecuencia de miopía degenerativa, camino y parezco normal ante los demás. Mi visión periférica (lateral) es buena, por lo que, por lo general, la movilidad no es un problema. La visión central es responsable de los detalles y la distancia. Por lo tanto, reconocer rostros, leer letra pequeña y ver a cualquier distancia (incluso a muy poca distancia) representa un problema para mí. Manejar es imposible, pero como la excursión era en autobús escolar, me parecía que lo podía manejar. Especialmente porque mi pequeñito inteligente prometió ayudarme.

Además, les había informado a las otras madres que también iban a servir de chaperonas, incluso una de ellas era amiga mía, y me aseguraron que ayudarían si fuese necesario.

A la búsqueda de soluciones

Gestión de papeleo

Al entrar a la oficina de la escuela, inmediatamente me recibieron con una hoja de inscripción que no podía leer. Mi hijo la leyó y me dijo lo que decía y adónde tenía que firmar. Este fue mi primer recordatorio.

Luego al llegar al salón de clases, me entregaron una lista de los niños en mi grupo. Esta lista también tenía la letra pequeña y no la podía leer, y no había tiempo para sacar mi lupa. Mi hijo me leyó esta lista también.

¡¿Cuánta lectura voy a tener que hacer en esta excursión?! Me preguntaba.

Una vez que mi pequeño grupo de cinco estudiantes se reunió alrededor mío, nos preparamos para partir, en fila de a uno hasta el autobús. Nos dirigimos al museo de la gran ciudad, un viaje de 40 minutos.

El desarrollo de un sistema para identificar a los niños

Mientras que los niños hablaban sobre las diferentes escenas que íbamos pasando por el camino, mentalmente, yo iba tomando nota para identificar a cada niño de mi grupo. Tomé nota sobre la estatura, el color de pelo, la ropa que llevaban y las voces de cada uno de ellos para luego reconocerlos en la multitud. Por ejemplo, podía identificar a Rachel por su larga cola de caballo rubia; el marcador de identificación para Robert era su camisa a rayas amarilla. No es un sistema perfecto, pero por lo general funciona.

Muy pronto tuve que utilizar la información que había copilado mentalmente al llegar y desembarcar en el museo. Nos sumergimos en una multitud de niños que se sentían tentados a separarse del grupo para ver algo que les interesaba. ¡Vaya!

Organizar el grupo

“No se separen. ¡Quédense a mi lado! Amonesté. También les dije que vinieran adonde yo iba a estar en los diversos salones de exposición mostrándoles de antemano el lugar donde yo estaría esperándoles. En otras palabras, les hice que compartieran la responsabilidad de que nos reuniéramos en un punto determinado. Y lo hicieron muy bien. Muchas instrucciones verbales ayudaron a aliviar la situación.

Un par de ocasiones tuve que preguntar a otro adulto si habían visto a una niña en particular (siempre hay uno en todo grupo). La niña se me desaparecía temporalmente de la vista porque quería hablar con una amiga suya que estaba en otro grupo. La encontrábamos enseguida.

La mejor excursión del mundo

El almuerzo en el sótano del museo me reunió cara a cara con mis pequeños encargos. ¡Un momento feliz para todos! Pude disfrutar de sus personalidades y entusiasmo sobre lo que habían visto. La exposición de “El vecindario del Sr. Rogers” parecía haber sido una de las favoritas.

“¡Esta es la mejor excursión del mundo!” dijo uno de los niños de mi grupo.

Mi hijo disfrutó mucho también. Una vez que regresamos al autobús, hicimos un recuento de toda la clase. Cuando nos aseguramos de que cada niño estaba presente, me pude comenzar a relajar. Mi ansiedad se disipó al escuchar la charla de los niños que viven en el momento. Resultó ser un viaje para recordar después de todo.

Lecciones aprendidas

¿Aprendí mi lección sobre recordar mis limitaciones visuales antes de meterme de lleno en nuevas situaciones? Sí, pero realmente no me detuvo. Me apunté a dos excursiones más durante los años de escuela primaria de mi hijo; cada una con sus propios desafíos, cada una con sus propias gratificaciones.

A través de estas excursiones aprendí a comunicarme con claridad, a pedir ayuda cuando la necesitaba y a tener un plan preparado para las situaciones imprevistas. Lo mejor de todo, llegué a experimentar la niñez de mi hijo lo mejor que pude. él pudo tener a su madre consigo. Todo el mundo estuvo seguro. ¡Y he podido compartir mi éxito con ustedes!